Una fotografía por ella.

Para ella, siempre, aunque lejos de aquí, todo.

Una sola fotografía…

Hace algún tiempo, he tratado de cambiar algunas cosas de mi vida como cualquier mortal. Detalles que parecen pequeños y que en realidad se han convertido en una lucha sin cuartel. He intentado dormir en el centro de mi cama, pero su recuerdo me obliga a abrirle el espacio que ella siempre tendrá en mi lugar sagrado.  Cualquier evento positivo (o negativo) de mi vida, se lo cuento a ella, aunque no esté aquí. Al despertar, lo primero que veo cada día es su fotografía, objeto del deseo que estará por siempre sobre mi mesa de noche. Cada día sus ojos me reclaman el tiempo perdido y yo siempre le respondo que no fue mi culpa. Una fotografía es todo lo que queda.

He tratado de cambiar mis pensamientos diarios para no pensar en ella, pero ha sido inútil, como inútil ha sido el tratar de vivir sin su presencia. Todo ha sido inútil. Pero la vida debe seguir. Sería demasiado decir que he vivido su ausencia; más bien, lo que podría definir esta larga tortura, es que he sobrevivido. He sobrevivido a los embates de la vida a través de una fotografía que ha sido una suerte de amuleto y no ha permitido que me hunda en este fango del diario vivir.

Una simple fotografía…

Una simple fotografía es la que me ha dado la ilusión de un tal vez, un de pronto, un cuando y un  hasta siempre. Y me la ha dado todos los días en cada amanecer, cuando sus ojos me reclaman ese tiempo perdido y yo le repito hasta la saciedad que no fue mi culpa.

Pero he tomado una decisión: Me cansé de tener tan solo una foto de ella y aunque no esté presente, multiplicaré esa mirada en cada foto que tome, en cada encuadre que haga y en cada proyecto que realice para tenerla a ella en multiplicidad de formatos, formas y visiones. O me salvo, o me hundo. Sin puntos medios. Y lo hago porque una sola fotografía no es suficiente. Lo hago simplemente por ella.

La fotografía y la fuerza de la soledad.

Quienes trabajamos en fotografía, hemos vivido de una manera u otra el significado total de la palabra soledad.

¿Fotografía y soledad?

Desde siempre, el proceso fotográfico ha sido una tarea unipersonal, interior, íntima y única. Un proceso de soledad total, donde nos encontramos con nosotros mismos y con nuestra propia concepción de ideas, conceptos, ángulos y objetivos. Un proceso único e irrepetible, donde la responsabilidad de dar a luz una nueva fotografía recae solamente en nosotros como padres de la misma. Es un embarazo de una sola persona, donde ella misma engendra y procrea. Es un parto de una sola persona, donde parimos y hacemos de parteros. En este proceso, siempre estamos solos.

Cada uno de nosotros experimenta la soledad de diferentes modos, formas y maneras, ya que como dicen popularmente, “cada cabeza es un mundo”. Cuando tomamos nuestra cámara fotográfica, decididos a retratar la vida misma, inicia un proceso creativo al interior de nuestro propio mundo, donde los demás no tienen (ni tendrán) cabida. Es nuestra soledad. Propia. Única.

Pero esa soledad no es mala compañía. Además de ser necesaria, esa soledad hace las veces de útero fértil para la concepción de nuestras ideas. Para un fotógrafo, no existe mayor placer que estar en su mundo, pensando cómo será su próximo disparo, esperando con paciencia y parsimonia el instante correcto, la luz perfecta, el objeto de sus amores y el encuadre óptimo a través de visor  de su cámara. En su mundo no hay tiempo, únicamente luz y sombras. A cada instante encuentra un amor perfecto y al minuto siguiente lo olvida porque se ha enamorado de otro objeto del deseo.

Fotografía Homeless 043

Rompiendo la soledad.

Como lo decía en un post anterior, “La fotografía del corazón“, esa soledad de la fotografía se ve reflejada en horas de estudio, años de calle afinando el ojo para tener una voz única, años en el laboratorio experimentando nuevas técnicas y toda la vida en una introspección propia de quienes solamente entienden ese silencio interior.

Pero llega la hora de romper con esa soledad. Después de concebir un concepto, de parir una idea, de ser padre de esa fotografía, llega el momento de presentarla en sociedad. La soledad se rompe. Presentas a tus hijas ante el público. La expones a la mirada escrutadora de miles de extraños que sin piedad las destrozaran con los conceptos y preceptos creados en sus propios mundos. En sus propias cabezas. Tus hijas dejan de ser tuyas para ser del mundo; de un universo variopinto que las amará por su belleza, delicadeza y perfección, o las odiará casi que por las mismas razones.

Por eso prefiero la soledad de mi mundo, donde mis hijas serán mías y de nadie más. Esa soledad que me ha permitido entrar en un Silencio Interior como los retratos de Henri Cartier-Bresson. Esa soledad, que me ha acompañado desde siempre, me ha permitido crear, visualizar, componer y descomponer, amar o mandar a la mierda todo lo creado. Esa soledad me ha dado el impulso del hacer. Esa soledad me ha dado la fuerza necesaria para fotografiar mi mundo. Y como en un acto de locura e incongruencia conmigo mismo, esa soledad me ha impulsado a presentar a mis hijas ante la sociedad, bajo mi propia responsabilidad por el desenlace.

La fotografía del corazón.

Fila de Soldados

En esta época de inmediatez y de avances tecnológicos, cada aparato electrónico que compramos, tiene incorporada una “cámara fotográfica”, lo que hace que todos seamos fotógrafos. O al menos creemos serlo.

La muerte de la fotografía.

Teléfonos móviles con cámara de 16 megapixeles, tabletas con cámara HD para foto y video, aplicaciones para poner filtros y “embellecer” nuestras fotos. Esto es una mezcla explosiva, por demás macabra y hasta siniestra para el arte de la fotografía.

Atrás quedo la época en que este arte era justamente eso; arte. Ahora todos somos fotógrafos, pero no tenemos ni la más remota idea de quien fue Nicéphore Niepce, Daguerre, ni un tal William Fox Talbot.  No sabemos que es un haluro de plata ni un papel a la albúmina. Todo ha muerto en un click.

Ahora solo vemos fotos de comida y de gente con filtros Toaster o Inkwell por doquier. Se perdió el placer de revelar en el laboratorio, con su luz roja y el olor de los químicos reveladores. Se perdió el placer de la espera en el revelado y la incertidumbre del resultado. Se perdió la emoción de hacer nuestro primer virado al sepia y de tratar de enganchar a oscuras la película en el carrete. Toda la emoción que producía una fotografía, está perdida.

Fotografía Embolador

Y ni que decir de la técnica. Los encuadres perfectos, el respeto a la ley de los tercios, el momento decisivo de Henri Cartier-Bresson, el ritmo, la composición, la velocidad, el tiempo de exposición y la ley de la reciprocidad… Todo quedó en el olvido.

Ahora solo sacas el móvil, oprimes un par de botones, et voilà. Ahí tienes tu foto, sin esfuerzo alguno, sin alma ni corazón. Tu foto está lista para darle un bello filtro preconcebido y publicarla en la red social de tu preferencia para que recibas muchos likes.

No todo está perdido.

Entiendo que todo en el mundo avanza a pasos agigantados. Todo es inmediato. Ya. Ahora. No tenemos tiempo de comer con calma porque nuestras obligaciones laborales nos llaman, no tenemos tiempo para nada, ni un segundo libre. Internet colma nuestro tiempo y no tenemos un minuto para nuestra familia ni para nuestros amigos. Así las cosas, tomas una foto ya y la envías ya. No hay tiempo de nada.

No estoy en contra de la fotografía digital, ni mucho menos. Estoy en contra de la pérdida de identidad del arte fotográfico. Estoy en contra de quienes creen ser fotógrafos porque tienen una cámara en su móvil, pero nunca han tomado un libro de fotografía en sus manos, ni mucho menos han estudiado una sola clase de historia de la fotografía. Estoy en contra de los filtros que “embellecen” nuestras fotos, tapando todos los errores técnicos posibles. Estoy en contra de los que creen que comprando una cámara más costosa, tomarán fotos con mejores resultados. Estoy en contra de los que creen que es la cámara la que toma buenas fotos y no el fotógrafo. Acuérdense que “es el indio y no la flecha” quien da el resultado.

Para ser fotógrafo, o al menos considerarse como tal, es necesario estudiar. Y mucho. Es pasar horas leyendo su historia; años en la calle afinando el ojo y consiguiendo una identidad propia; años enteros en el laboratorio explorando nuevas técnicas, aunque para las generaciones actuales sea casi que arcaico un bombillo rojo y una ampliadora.

Y ahora debes pasar años frente a un computador “revelando” tus fotos y esperando a que no queden en el disco duro de los recuerdos digitales.

Por eso es hora de rescatar el arte de la fotografía, donde todo vuelva a ser como antes y que las fotografías tengan alma y volvamos a la fotografía del corazón.