Para ella, siempre, aunque lejos de aquí, todo.
Una sola fotografía…
Hace algún tiempo, he tratado de cambiar algunas cosas de mi vida como cualquier mortal. Detalles que parecen pequeños y que en realidad se han convertido en una lucha sin cuartel. He intentado dormir en el centro de mi cama, pero su recuerdo me obliga a abrirle el espacio que ella siempre tendrá en mi lugar sagrado. Cualquier evento positivo (o negativo) de mi vida, se lo cuento a ella, aunque no esté aquí. Al despertar, lo primero que veo cada día es su fotografía, objeto del deseo que estará por siempre sobre mi mesa de noche. Cada día sus ojos me reclaman el tiempo perdido y yo siempre le respondo que no fue mi culpa. Una fotografía es todo lo que queda.
He tratado de cambiar mis pensamientos diarios para no pensar en ella, pero ha sido inútil, como inútil ha sido el tratar de vivir sin su presencia. Todo ha sido inútil. Pero la vida debe seguir. Sería demasiado decir que he vivido su ausencia; más bien, lo que podría definir esta larga tortura, es que he sobrevivido. He sobrevivido a los embates de la vida a través de una fotografía que ha sido una suerte de amuleto y no ha permitido que me hunda en este fango del diario vivir.
Una simple fotografía…
Una simple fotografía es la que me ha dado la ilusión de un tal vez, un de pronto, un cuando y un hasta siempre. Y me la ha dado todos los días en cada amanecer, cuando sus ojos me reclaman ese tiempo perdido y yo le repito hasta la saciedad que no fue mi culpa.
Pero he tomado una decisión: Me cansé de tener tan solo una foto de ella y aunque no esté presente, multiplicaré esa mirada en cada foto que tome, en cada encuadre que haga y en cada proyecto que realice para tenerla a ella en multiplicidad de formatos, formas y visiones. O me salvo, o me hundo. Sin puntos medios. Y lo hago porque una sola fotografía no es suficiente. Lo hago simplemente por ella.