En esta época de inmediatez y de avances tecnológicos, cada aparato electrónico que compramos, tiene incorporada una “cámara fotográfica”, lo que hace que todos seamos fotógrafos. O al menos creemos serlo.
La muerte de la fotografía.
Teléfonos móviles con cámara de 16 megapixeles, tabletas con cámara HD para foto y video, aplicaciones para poner filtros y “embellecer” nuestras fotos. Esto es una mezcla explosiva, por demás macabra y hasta siniestra para el arte de la fotografía.
Atrás quedo la época en que este arte era justamente eso; arte. Ahora todos somos fotógrafos, pero no tenemos ni la más remota idea de quien fue Nicéphore Niepce, Daguerre, ni un tal William Fox Talbot. No sabemos que es un haluro de plata ni un papel a la albúmina. Todo ha muerto en un click.
Ahora solo vemos fotos de comida y de gente con filtros Toaster o Inkwell por doquier. Se perdió el placer de revelar en el laboratorio, con su luz roja y el olor de los químicos reveladores. Se perdió el placer de la espera en el revelado y la incertidumbre del resultado. Se perdió la emoción de hacer nuestro primer virado al sepia y de tratar de enganchar a oscuras la película en el carrete. Toda la emoción que producía una fotografía, está perdida.
Y ni que decir de la técnica. Los encuadres perfectos, el respeto a la ley de los tercios, el momento decisivo de Henri Cartier-Bresson, el ritmo, la composición, la velocidad, el tiempo de exposición y la ley de la reciprocidad… Todo quedó en el olvido.
Ahora solo sacas el móvil, oprimes un par de botones, et voilà. Ahí tienes tu foto, sin esfuerzo alguno, sin alma ni corazón. Tu foto está lista para darle un bello filtro preconcebido y publicarla en la red social de tu preferencia para que recibas muchos likes.
No todo está perdido.
Entiendo que todo en el mundo avanza a pasos agigantados. Todo es inmediato. Ya. Ahora. No tenemos tiempo de comer con calma porque nuestras obligaciones laborales nos llaman, no tenemos tiempo para nada, ni un segundo libre. Internet colma nuestro tiempo y no tenemos un minuto para nuestra familia ni para nuestros amigos. Así las cosas, tomas una foto ya y la envías ya. No hay tiempo de nada.
No estoy en contra de la fotografía digital, ni mucho menos. Estoy en contra de la pérdida de identidad del arte fotográfico. Estoy en contra de quienes creen ser fotógrafos porque tienen una cámara en su móvil, pero nunca han tomado un libro de fotografía en sus manos, ni mucho menos han estudiado una sola clase de historia de la fotografía. Estoy en contra de los filtros que “embellecen” nuestras fotos, tapando todos los errores técnicos posibles. Estoy en contra de los que creen que comprando una cámara más costosa, tomarán fotos con mejores resultados. Estoy en contra de los que creen que es la cámara la que toma buenas fotos y no el fotógrafo. Acuérdense que “es el indio y no la flecha” quien da el resultado.
Para ser fotógrafo, o al menos considerarse como tal, es necesario estudiar. Y mucho. Es pasar horas leyendo su historia; años en la calle afinando el ojo y consiguiendo una identidad propia; años enteros en el laboratorio explorando nuevas técnicas, aunque para las generaciones actuales sea casi que arcaico un bombillo rojo y una ampliadora.
Y ahora debes pasar años frente a un computador “revelando” tus fotos y esperando a que no queden en el disco duro de los recuerdos digitales.
Por eso es hora de rescatar el arte de la fotografía, donde todo vuelva a ser como antes y que las fotografías tengan alma y volvamos a la fotografía del corazón.